domingo, 11 de diciembre de 2011

MANOS BRUJAS

Voy a narrar una de las tantas anécdotas[1] de “Manos brujas”.
¡No! No se trata de Rodolfo Biagi, el destacado músico, sino de un homónimo, también superlativamente descollante, aunque en otra actividad.
Lo denominé “manos brujas” por la asombrosa habilidad que posee en ellas. Sus dedos tienen la eficacia del “ábrete sésamo” de Alí Babá; no existe cerradura, candado o mecanismo de seguridad que se resista al conjuro de sus toques mágicos, siempre terminan cediendo, doblegados por el poderoso e inigualable influjo de sus táctiles caricias.

Voy a lo prometido:
A poco de iniciarse en la profesión, un lunes por la mañana, solicitaron sus servicios para abrir una caja fuerte; nada más y nada menos que la bóveda del tesoro de una importantísima empresa.
La misma constaba de tres cerraduras súper reforzadas y, según sus fabricantes, inviolables. Necesitaban acceder en forma urgente al contenido; el problema consistía en que dos de los ejecutivos de la firma estaban de viaje y faltaban sus llaves. Por lo tanto, disponían sólo de una y con ella debían arreglarse.
Rodolfo “Manos brujas” esbozó una sonrisa –más bien una mueca de contrariedad disfrazada de sonrisa- y solicitó quedar a solas, no tenía la menor idea de los pasos a seguir pero creyó conveniente simular, esa estrategia indicaba su profesionalismo y concentración para la difícil tarea.
Ya solo, se comparó a David enfrentando a Goliat, con la desventaja de no tener siquiera la honda del pastor hebreo en su poder. Estudió cada milímetro de ese Goliat de acero, que permanecía impertérrito, sin pestañear, firme en su decisión de oponer una enconada resistencia. Subido en una silla observó la parte superior, por ese lado no había la mínima posibilidad…
Se tiró al piso e inspeccionó bajo el coloso… de pronto, el corazón le dio un brinco y se le iluminó el rostro. Ahora la sonrisa era real.
Solicitó un trozo de alambre fino, alegando que con él intentaría “destrabar” los complicados mecanismos de las cerraduras.
Con ese elemento trajinó bajo la caja hasta enganchar el pequeño envoltorio divisado al fondo, contra el muro; lo atrajo hacia sí y al descubrir el contenido del paquete debió realizar un gran esfuerzo para ahogar la carcajada que pugnaba por estallar en su garganta.
Tres llaves y una simple nota: “utilizar en caso de emergencia”.
“¿Más emergencia que ésta? –pensó”.
Llamó a un empleado y devolvió la “única” llave disponible.
-Probaré con el alambre –manifestó, recibiendo como muda respuesta la mirada atónita, conmiserativa, y a la vez un tanto burlona del chico-, creo poder hacerlo.
Ya solo, cumplió con lo solicitado, regresó el paquete a su sitio y…
Por supuesto, devolvió el alambre milagroso, recomendando lo guardasen bien por si volvían a necesitarlo.


Elmi Shindo 10:55 AM. 17-11-2011

Arias, Córdoba, Argentina









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[1]) Historia real, tomada en forma directa del protagonista, el "abrepuertas" del pueblo.

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