martes, 16 de marzo de 2010

Los detectives

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Así lo veo la primera noche.
Está solo. Su fantasmagórica silueta, fundida en la niebla, lo convierte en una entelequia incorpórea, irreal. Avanza y retrocede; tanto se agacha como da leves saltos, cual ejecutando una exótica danza. La noche juega a su favor, el intenso frío justifica las calles vacías, sólo un demente circularía por ellas.
Ese encuentro fue casual, pero la curiosidad me venció y en forma sistemática, cada vez que las tinieblas propician la aparición de fantasmas, brujas y hechiceros y sale a dar un paseo, voy tras él, soy su sombra. El hombre es -a mi criterio- un detective en plena actividad, procura ver sin ser visto, ¡si supiese que yo, un simple adolescente, lo vigilo…! Su despreocupación –supongo- nace de la idea de creerse infalible, la seguridad de saberse el cazador, el cazador, no la presa.
“Soy el único y auténtico cazador -pienso jubiloso ante mi recién descubierta capacidad-, ¿o acaso –recapacito-, en este preciso instante viene alguien tras mis pasos?” Instintivamente miro a mi espalda, nadie a la vista. Sin embargo, esa comprobación no significa necesariamente que así sea, es muy fácil pasar desapercibido, ¡si lo sabré yo...!
Una cosa me extrañó del sujeto en cuestión, invariablemente, en cada oportunidad, apenas asoma la luna huye despavorido como si su sola presencia pudiese dañarlo. Ahora que lo conozco presto atención con la esperanza de encontrarlo en alguna fiesta, el cine, la cancha, la iglesia o un velatorio. Búsqueda vana, sólo aparece en la más completa oscuridad; lo comparo a un vampiro buscando víctimas para saciar su apetito hemofílico.
Sonrío ante la locura de mi ocurrencia, quizá estoy influenciado por su sombría apariencia, todo en él es tan negro.
Jugamos una larga temporada a los detectives, él persiguiendo un objetivo desconocido por mí y yo, tras sus pasos y acciones, guiado por una simple corazonada, quizá intrascendente.
Cierta noche, cuando el satélite terráqueo lucía en todo su esplendor, tropecé con un personaje similar, no obstante poseer características diametralmente opuestas. Vestía completamente de blanco, salía en perfecta cronometría con la luna y cuando el astro se ocultaba, desaparecía.
Ambos vigilaban algo o a alguien, me faltaba descubrirlo; jamás, por las mencionadas andanzas astrales, se encontrarían, eran la luz y las tinieblas.
Pasó mucho tiempo, ya desesperaba de desentrañar el misterio –ahora duplicado-, cuando una de las tantas noches de cerrazón encontré al detective de las sombras semiinconsciente y balbuceando palabras sin sentido; al caer pegó contra el borde de la vereda y se produjo un corte en la sien derecha, la sangre corría abundante por su rostro. Llamé al hospital y sentado en el suelo sostuve su cabeza sobre mis rodillas mientras procuraba contener la hemorragia presionando la herida con un pañuelo. De pronto me miró fijamente y musitó:
-Joven, ¿puedo confiar en usted? –Asentí y prosiguió-. Estoy trabajando para evitar una catástrofe, le ruego que prosiga mi tarea.
-Sí, señor, lo que necesite –intenté tranquilizarlo-, no tema…
-Como ya no podré continuar, investigue en mi lugar. –Lo miré con extrañeza, ignoraba hacia dónde rumbearían sus palabras-. Necesito saber quién enciende la luna cada noche, sólo así la humanidad podrá salvarse… Nos acecha el peligro, un drama sin precedentes…
Musitó las últimas palabras sobre la camilla, el agudo lamento de la sirena dejó inconclusa la frase.
Esclarecido el primer punto, faltaba dilucidar el otro. Intensifiqué la vigilancia y en la primera noche de luna llena abordé al “detective blanco”.
Abreviaré: interrogado con infinita diplomacia, extrema sutileza y miles de subterfugios, habló. Su misión, dijo –debí suponerlo, pero no lo hice-, consistía en buscar al delincuente que muchas noches le apagaba la luna, la luna que tanto trabajo le daba poner en funcionamiento. Pretendía lo opuesto a su colega.
Ambos existieron y fueron muy conocidos en el lugar: ¿el “detective negro”?, el Loco Romano; ¿el otro?, el Loco Astivia, tío de Juan Carlos (a) El Gordo. Estos dos, tío y sobrino, vivieron frente a mi casa.
Estoy inmerso en un proyecto fabuloso, pero secreto, tengo una cita importantísima.
En cuestión de minutos, contactaré con los espíritus del Patriarca Noé y el Almirante Colón, buscamos la forma de navegar hasta Marte, uno se inclina por utilizar el arca y el otro, una carabela. Ante la paridad de criterios piden que vote por lo más conveniente.
¡Tengo una idea brillante!
Aconsejaré ir en subterráneo, además, podrá servir a nuestros propósitos, pasar desapercibidos. Entonces… ¿qué mejor que navegar bajo tierra…?
Dos hombres vestidos de blanco irrumpen en la habitación. Pido perdón al estimado lector por finalizar abruptamente esta narración. Debo atenderlos.
-¡Eh! ¿Qué hacen? -Me sujetan y tratan de poner una chaqueta rarísima con varias tiras; encima se cierra por detrás y ata mis brazos. ¡Qué incómoda, no puedo moverme!
-¿Están locos… qué intentan…?

Epílogo
Soy vecino del Detective Loco. Siempre, desde chico, tuvo veleidades de pesquisa, se creía Meneses(*)o Sherlock Holmes(**). Inventaba seres fantásticos, a cual más grotesco, y los presentaba como reales. Últimamente escribía lo que denominaba “Mis memorias”, una sarta de mentiras. Por suerte lo están llevando al manicomio…

Arias, Córdoba, República Argentina. 16-03-2010 / 21:07 Hs.

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*) Evaristo Meneses, gran investigador. Entró en la fuerza el 2 de enero de 1934, como ayudante de tercera y se retiró como jefe máximo de la Policía Federal Argentina a fines de 1964.

**) Sherlock Holmes, personaje ficticio creado en 1887 por Sir Arthur Conan Doyle, es un "detective asesor" del Londres de finales del siglo XIX. Protagonizó una serie de 4 novelas y 56 relatos de ficción, varias de ellas llevadas al cine.

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